jueves, 5 de noviembre de 2015

PERFIL





LA MUERTE NO TIENE SOLUCIÓN

Esteban Rincón recuerda las palabras de su padre: “En ocasiones decía ante la muerte de alguien más que ése tenía suerte, y que debió mandársela (a la muerte) a él.”
Y esa suerte le llegó un 18 de febrero, cuando un aneurisma acabó con su vida.


Luis Carlos Rincón se levantó las 9 de la mañana con la rutina diaria para hacer frente a sus problemas, se organizó y salió al parque de San Roque. Aquel olvidado pueblecito antioqueño donde pareciera que no pasa el tiempo, y donde Luis Rincón no volverá a recorrer otra vez sus calles.


Aquel hombre, de mediana estatura y piel quemada gracias a los trabajos que debió soportar, recuerda constantemente aquellos tiempos en los que viajó por casi todo Antioquia.  No se sentía mal por haber estudiado sólo tres meses. Le bastaba con leer, escribir y usar las cuatro operaciones básicas, pues esto le sirvió para sobrevivir toda su vida y no necesitó nada más.


No olvidó el momento en que se fue de su casa, a los 14 años. Consiguió empleo haciendo panela, en Maceo,  trabajó también en haciendas en todo el eje cafetero y en la costa. Llegando a ser uno de los mejores recolectores de café en aquel tiempo, se vio obligado a dejar tal fama, ya que un conflicto con los hermanos de la que sería su esposa lo hizo abandonar dichas tierras y no volver a saber de ella.


Así, llegó a Medellín un día de 1986. Se consiguió unos sombreros y comenzó a viajar de feria en feria vendiéndolos. Siendo buen conversador, pasó largos años ofreciendo aquí y allá los productos que conseguía. Hasta que en 1990, conoció a quien fue la madre de sus dos hijos, Dora Inés Cruz.


Luis Carlos Rincón Rojas se arrepentía de haber acabado con la vida de aquella mujer, a quien amaba a pesar de “ser inquieta”. “Murió en la entrada del hospital, mi padre la llevó en sus brazos luego de ahogarla con una almohada en un momento de ira, debido a la infidelidad; eso no se me olvidará, ya que fue el 13 de Febrero del 2000, mi cumpleaños número 6”, relata Esteban Rincón.



La muerte de ésta mujer sumada a la adicción al juego le impidió avanzar con su negocio y sus hijos fueron a parar a manos de las tías. Así, cada que Luis Rincón tenía permiso de salir, viajaba a visitar a sus hijos. Cuenta el hijo menor: “recuerdo cuando él tuvo un permiso de libertad condicional de tres días y se pegó el viaje desde Turbo hasta Providencia… era una mañana de viernes, en abril de 2001, yo estaba en la escuelita y vi un hombre de gorra que me miró y se escondió tras el árbol de mangos que había en el patio… me causó curiosidad y seguí mirando, pensaba ¿quién es ese señor? Entonces volvió a asomar y vi que era él… inmediatamente me paré y corrí a sus brazos…”, recuerda además, “Él era tan emprendedor que montó un negocio en la cárcel, vendía tintos y cigarrillos y con eso se compraba sus cosas de aseo y nos compraba las cositas para mandárnoslas.


Al salir de la cárcel, en Octubre de 2001, Luis Rincón recogió a sus hijos y los educó mientras se dedicó a la construcción y a pintar casas de vez en cuando, entonces, la rutina empezó.



Se levantaba a las 6 a.m., se tomaba un tinto e iba al trabajo, veía noticias mientras almorzaba, trabajaba hasta las 6 p.m.  y llegaba a la casa a descansar, se bañaba y se recostaba en su cama para ver televisión, le gustaba ver los canales deportivos mientras llenaba crucigramas o juegos de los periódicos.



Compartía su tiempo con otras compañeras, tal vez, en un intento de llenar el vacío que dejó la madre de sus dos hijos. Y pasó los últimos años apostando en el juego que le proporcionan aquellas cantinas pueblerinas. Se perdía en ese aire pesado del humo de cigarrillo y el olor de tinto y alcohol, mientras bebía ron, su licor favorito.



Ésa. Su vida con o sin sus hijos-no ignorantes de sus rutinas-además  de los trabajos diarios para subsistir sin algún título. Ya su cuerpo comenzó a reclamar aquellas jornadas de esfuerzo y lucha. Desde el 2009 su vos ya no era la misma, se notaba el tormento que le daba una columna doblegada por el peso de su ocupación. Pero nunca se quejó, ya que odiaba ir al hospital.



Pintar, poner un ladrillo sobre otro y montarse por un techo no dejó espacio ni tiempo para hacerlo con su propio hogar, sólo le alcanzaba para sostenerse sólo.

Puesto que, para el 2013 sus hijos ya no lo acompañaban. Se llenaba de orgullo por verlos salir adelante y Luis Rincón  resignaba su soledad por ver cómo prosperaban.


Y así fue, el 18 de Febrero de 2015, no dio más. Caminaba al hotel de su hermano, para cuidarlo (el único trabajo que soportaba su cuerpo, porque ya no podía levantar ni una pared y tampoco quedarse quieto).

Se sentó  en la acera a conversar con un compañero. Expresó el dolor de espalda que tenía, por lo que se dirigió a la farmacia en busca de algo que calmara su dolor, aunque él sabía que su dolor no era sólo físico.


No pudo continuar, ni reconocer a su hermano que intentó auxiliarlo cuando cayó en la calle. Llegó al hospital de San Roque, pero fue poco lo que se pudo hacer.


Así que fue trasladado a Medellín sufriendo un trayecto de tres horas mientras ingresaba al Hospital del Norte, donde no aguantó la operación y murió, no sin antes saber que sus hijos estaban a su lado, que estaban bien, que agradecían sus ejemplos, que lamentaban haberlo dejado sólo y que recordaban sus palabras: “hijo no se preocupe que lo que sea tiene solución, lo único que no tiene solución en esta vida es la muerte”, y para Luis Carlos Rincón, ese día, no hubo solución.



POR: LalaFranko

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