LA MUERTE NO TIENE
SOLUCIÓN
Esteban
Rincón recuerda las palabras de su padre: “En ocasiones decía ante la muerte de
alguien más que ése tenía suerte, y que debió mandársela (a la muerte) a él.”
Y esa
suerte le llegó un 18 de febrero, cuando un aneurisma acabó con su vida.
Luis
Carlos Rincón se levantó las 9 de la mañana con la rutina diaria para hacer
frente a sus problemas, se organizó y salió al parque de San Roque. Aquel
olvidado pueblecito antioqueño donde pareciera que no pasa el tiempo, y donde
Luis Rincón no volverá a recorrer otra vez sus calles.
Aquel
hombre, de mediana estatura y piel quemada gracias a los trabajos que debió
soportar, recuerda constantemente aquellos tiempos en los que viajó por casi
todo Antioquia. No se sentía mal por
haber estudiado sólo tres meses. Le bastaba con leer, escribir y usar las
cuatro operaciones básicas, pues esto le sirvió para sobrevivir toda su vida y
no necesitó nada más.
No olvidó
el momento en que se fue de su casa, a los 14 años. Consiguió empleo haciendo
panela, en Maceo, trabajó también en
haciendas en todo el eje cafetero y en la costa. Llegando a ser uno de los
mejores recolectores de café en aquel tiempo, se vio obligado a dejar tal fama,
ya que un conflicto con los hermanos de la que sería su esposa lo hizo
abandonar dichas tierras y no volver a saber de ella.
Así, llegó
a Medellín un día de 1986. Se consiguió unos sombreros y comenzó a viajar de
feria en feria vendiéndolos. Siendo buen conversador, pasó largos años
ofreciendo aquí y allá los productos que conseguía. Hasta que en 1990, conoció
a quien fue la madre de sus dos hijos, Dora Inés Cruz.
Luis
Carlos Rincón Rojas se arrepentía de haber acabado con la vida de aquella
mujer, a quien amaba a pesar de “ser inquieta”. “Murió en la entrada del
hospital, mi padre la llevó en sus brazos luego de ahogarla con una almohada en
un momento de ira, debido a la infidelidad; eso no se me olvidará, ya que fue
el 13 de Febrero del 2000, mi cumpleaños número 6”, relata Esteban Rincón.
La muerte
de ésta mujer sumada a la adicción al juego le impidió avanzar con su negocio y
sus hijos fueron a parar a manos de las tías. Así, cada que Luis Rincón tenía
permiso de salir, viajaba a visitar a sus hijos. Cuenta el hijo menor:
“recuerdo cuando él tuvo un permiso de libertad condicional de tres días y se
pegó el viaje desde Turbo hasta Providencia… era una mañana de viernes, en
abril de 2001, yo estaba en la escuelita y vi un hombre de gorra que me miró y
se escondió tras el árbol de mangos que había en el patio… me causó curiosidad
y seguí mirando, pensaba ¿quién es ese señor? Entonces volvió a asomar y vi que
era él… inmediatamente me paré y corrí a sus brazos…”, recuerda además, “Él era
tan emprendedor que montó un negocio en la cárcel, vendía tintos y cigarrillos
y con eso se compraba sus cosas de aseo y nos compraba las cositas para
mandárnoslas.
Al salir
de la cárcel, en Octubre de 2001, Luis Rincón recogió a sus hijos y los educó
mientras se dedicó a la construcción y a pintar casas de vez en cuando, entonces,
la rutina empezó.
Se levantaba a las 6 a.m., se
tomaba un tinto e iba al trabajo, veía noticias mientras almorzaba, trabajaba
hasta las 6 p.m. y llegaba a la casa a
descansar, se bañaba y se recostaba en su cama para ver televisión, le gustaba
ver los canales deportivos mientras llenaba crucigramas o juegos de los
periódicos.
Compartía su tiempo con otras
compañeras, tal vez, en un intento de llenar el vacío que dejó la madre de sus
dos hijos. Y pasó los últimos años apostando en el juego que le proporcionan
aquellas cantinas pueblerinas. Se perdía en ese aire pesado del humo de
cigarrillo y el olor de tinto y alcohol, mientras bebía ron, su licor favorito.
Ésa. Su vida con o sin sus
hijos-no ignorantes de sus rutinas-además
de los trabajos diarios para subsistir sin algún título. Ya su cuerpo
comenzó a reclamar aquellas jornadas de esfuerzo y lucha. Desde el 2009 su vos
ya no era la misma, se notaba el tormento que le daba una columna doblegada por
el peso de su ocupación. Pero nunca se quejó, ya que odiaba ir al hospital.
Puesto que, para el 2013 sus hijos
ya no lo acompañaban. Se llenaba de orgullo por verlos salir adelante y Luis
Rincón resignaba su soledad por ver cómo
prosperaban.
Y así fue, el 18 de Febrero de
2015, no dio más. Caminaba al hotel de su hermano, para cuidarlo (el único
trabajo que soportaba su cuerpo, porque ya no podía levantar ni una pared y
tampoco quedarse quieto).
Se sentó en la acera a conversar con un compañero.
Expresó el dolor de espalda que tenía, por lo que se dirigió a la farmacia en
busca de algo que calmara su dolor, aunque él sabía que su dolor no era sólo
físico.
No pudo continuar, ni reconocer a
su hermano que intentó auxiliarlo cuando cayó en la calle. Llegó al hospital de
San Roque, pero fue poco lo que se pudo hacer.
Así que fue trasladado a Medellín
sufriendo un trayecto de tres horas mientras ingresaba al Hospital del Norte,
donde no aguantó la operación y murió, no sin antes saber que sus hijos estaban
a su lado, que estaban bien, que agradecían sus ejemplos, que lamentaban
haberlo dejado sólo y que recordaban sus palabras: “hijo no se preocupe que lo
que sea tiene solución, lo único que no tiene solución en esta vida es la
muerte”, y para Luis Carlos Rincón, ese día, no hubo solución.
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